Cuídate del positivismo tóxico
- Gus
- 7 nov 2021
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 12 dic 2021
“El pesimista se queja del viento; el optimista confía en que cambie; el realista, ajusta las velas.”
— William Arthur Ward*

Podría apostar, sin temor a equivocarme, que muchos, sino la mayoría, de quienes lean esta publicación, estarán muy en desacuerdo con varias de las opiniones que aquí expresaré.
Hace buen tiempo ya que este tema me viene rechinando en los oídos y provocándome una incomodidad difícil de ignorar. Si bien hubo un tiempo en el qué sí creí en el optimismo y en el pesimismo, eventualmente, con el paso de los años y los cachetazos de la vida, vine a darme cuenta que éstos no son otra cosa que dos hermanos imbéciles, dañinos, mentirosos y haraganes, a quienes he ido aprendiendo a detestar cada día más.
Te lo advertí al comenzar. Probablemente, no te guste esta publicación.
Las exageraciones dañan, y las generalizaciones lastiman. El ponerle a todo “buenas vibras” y actitud “positiva” (aún cuando personalmente la aprecio), no es garantía de éxito y causa los mismos destrozos emocionales que el negativismo crónico, y la negación de que cosas buenas puedan suceder.
Desde pequeños se nos enseñó a “ser optimistas”y a siempre ver “el lado bueno de las cosas”. La pregunta es, ¿qué pasa cuando ignoramos el lado “malo”? ¿Qué sucede si obviamos las lecciones a aprender mediante la aceptación y el análisis de lo negativo de una situación?
Con algo de suerte, quizás en los siguientes párrafos, encontremos alguna respuesta.
Positivismo vs ingenuidad
La positividad se vuelve tóxica en el momento en que nos enfocamos, únicamente, en lo positivo de una situación. Sin importar lo malo que esta sea, decidimos ignorar todo aquello que nos hiera o incomode, asumiendo una actitud infantil, irresponsable y nefasta, que sólo puede llevarnos por un sendero de grandes desilusiones y fuertes choques con la realidad.
No siempre se puede ver “el lado bueno de las cosas”, pensar que “pudo haber sido peor”, o conformarnos con repetirnos que alguien la está pasando peor que nosotros.
No. No siempre se puede. Y no siempre está bien.
Los golpes, los fracasos, las desilusiones y el dolor traen consigo aprendizaje, llamados de atención, y oportunidades únicas de nuevos comienzos. No solo es que esté bien, sino que es necesario ver lo negativo y aceptar lo que estamos viendo. El hacerlo es una actitud madura y valiente. Basta ya de regodearnos en la ingenuidad de que, con sólo ignorar algo, esto desaparecerá. ¡Eso no es ser positivo!
Lidiar con lo negativo de la vida es siempre un desafío, pero para quienes también nos enfrentamos a retos emocionales y mentales, la cuesta se hace aún más empinada. Y si a todo eso sumamos la absurda y dañina carga, impuesta por nuestra sociedad, de tener que andar por la vida con una sonrisa de oreja a oreja y desparramando “buenas vibras” aunque por dentro nos estemos muriendo, entonces ahí lo difícil se viste de imposible, y lo negativo de trágico.
Y no estoy hablando de andar repartiendo amargura, ni de arrastrar una actitud agria, ni de enfocarnos exclusivamente en lo malo de una situación específica. Como todo en la vida, y tal como lo he mencionado aquí en varias ocasiones, el balance es esencial.
No le quites valor a tu dolor
Muchas veces he minimizado mi dolor, restándole importancia y condenándome por sentirme herido, preocupado, insuficiente. La verdad es que, si bien a veces nos buscamos un buen golpe de la vida, muchas otras simplemente nos llegan, nos suceden, porque así es existir, y porque hay cosas, muchas cosas, que simplemente escapan de nuestras manos.
Parte de evitar caer en un positivismo tóxico, recae en nuestro propio respeto al dolor que estemos experimentando en un momento dado. Como mencioné en la publicación “Sufrir sin culpa”, es imprescindible para nuestra salud mental y emocional el permitirnos sufrir, el procesar el dolor y darnos el tiempo necesario para sanar. Muchas veces somos jueces inmisericordes con nosotros mismos, negándonos una mínima pizca de clemencia, interpretando avatares y sinsabores de la vida como castigos merecidos, aún en ocasiones en las que no acertamos a encontrar una causa.
El daño de esta actitud es profundo. Por favor, respeta tu dolor.
Sinceros, no hirientes
Una actitud en la que es muy simple caer, es la de bajar los brazos, echarnos al abandono, y actuar como si sobre nosotros no cayese responsabilidad alguna. En más de una ocasión me sentí víctima de la vida, de mis semejantes, del sistema… Eventualmente, tuve que aceptar y reconocer que el actuar como víctima era mi decisión, y que nadie más que yo era responsable de llevar pegada esa etiqueta en la frente. Esto no quiere decir que a veces sí seamos víctimas. Una tragedia, una traición o un accidente, son sólo alguna de las artimañas que la vida usa para intentar doblegarnos, y es normal sentirnos señalados por el infortunio. Normal, y justificado. Sin embargo, después de un breve duelo, llega el tiempo de reaccionar. Víctimas o no, no debemos aceptar ese mote.
La victimización, que es, en cierta manera, una forma de auto conmiseración en la cual refugiarse, tiende a aislarnos del resto del mundo, lastimando, principalmente, a aquellos más cercanos a nosotros, quienes suelen ser los que más energía invierten en ayudarnos, y quienes son, también, los receptores de nuestras más viles reacciones y actitudes. Creyéndonos dueños de la transparencia, nos escudamos tras un equivocado concepto de sinceridad, para decir lo que nos viene a la mente, y hacer lo que nos da la gana, sin filtros ni reparos. ¿Por qué será que los seres humanos solemos confundir, tan frecuentemente, lo sincero con lo agresivo, y lo genuino con lo hiriente?
Mira a tu alrededor con detenimiento, y escudriña tus actitudes. ¿Hay alguien a quien debas pedirle disculpas?
Si te pareces tan sólo un poco a mí, seguramente la respuesta sea afirmativa.
¿Pensamiento positivo? No. ¡Actitud positiva y acción!
Jamás el repetirme una y mil veces que “todo va a salir bien” tuvo efectos positivos en mí. Al menos, no duraderos. El mero pensamiento o deseo sirve de poco, por más de una razón. Primeramente, es un proceso en el que tratamos de auto convencernos de la realidad de algo sin razones justificadas, ni evidencia que lo respalde. Además de eso, ese “pensar” no es tal. Más bien, es sólo la mera repetición de un mantra, carente de acción, de efecto, de planificación real. Una actitud positiva, por el contrario, no se basa en querer disfrazar la realidad, sino en enfrentarla, tal cual es, con la decisión de no bajar los brazos y pelear hasta el final, sin buscar excusas. Es, como consecuencia, acción, movimiento, planificación. Se gane o se pierda, se avanza en la brega. Una derrota en una batalla no tendrá que aceptarse como el fin de la guerra, sino como un paso más, doloroso pero educativo y fortalecedor, que nos hará mejores para el próximo combate.
En resumen: no te doblegues ante la presión impuesta de ser positivo siempre y en todo momento. Busca el balance y manténlo, para acercarte más a tu mejor versión, genuinamente positiva. No dejes de buscar el lado bueno, pero tampoco ignores el malo. Nútrete de lo positivo, y examina lo negativo para extraer tanto conocimiento como puedas.
No le quites valor a tus logros, pero tampoco a tu dolor
* William Arthur Ward (Diciembre 17, 1921 – Marzo 30, 1994), fur un escritor motivacional estadounidense.
Comments