El fin como comienzo
“Llegará un momento en que creas que todo está terminado; ese será el comienzo."
— Louis L’Amour*
Estas pasadas semanas han sido difíciles. En el breve tiempo de vida que tiene este proyecto, casi dos meses sin producir contenido para este blog, se asemejan a una eternidad. Dificultades aparte, no intentaré poner esto como excusa. Mi deseo respetar los pilares fundamentales de este emprendimiento: la transparencia y la sinceridad. Nunca he pretendido mostrar una imagen maquillada o mejorada de mí, ni disfrazar mis defectos y falencias. Por eso debo confesar que, últimamente, se me ha dificultado muchísimo el encontrar tópicos acerca de los cuales escribir. Me ha resultado esquivo el sentirme suficiente y acertivo. Quizás se deba, en determinada manera, al temor de sonar repetitivo o escribir por el sólo hecho de hacerlo, careciendo de la convicción y el deseo necesarios. Tan así ha sido que por mi mente cruzó la idea de que ya no me quedaba nada por decir.
Genuinamente pensé que había llegado al final de mi capacidad de comunicación.
Luego de cierta ponderación de esa idea, me di cuenta de lo absurda que resultaba. No porque yo me considere alguien especialmente talentoso a la hora de escribir, o hablar, o transmitir un mensaje, sino porque sí tengo mucho que decir, porque he vivido mucho. Eso acarrea, casi que por inercia, experiencia y conocimiento, por humildes que estos sean. Se me ocurrió, también, que esa sensación de “no saber qué decir” en un blog, tenía un paralelismo con aquella de no saber cómo comunicar mis frustraciones, cómo expresar mis necesidades o, en el más básico de los casos, cómo pedir ayuda.
La depresión tiene esa habilidad pasmosa, ese efecto paralizante sobre nuestra mente y cuerpo. Reduce nuestro ser de a poco, intentando llevarlo a su mínima expresión. Nos convence de ser consecuencia y no causa, efecto, pero no acción. Y esto sucede, habitualmente, de una manera tan sutil, que llegado ese raro momento de lucidez en medio de la ceguera del dolor, nos encuentra arrollados en un rincón, sin saber cómo llegamos a ese estado, ni en qué momento fue que bajamos los brazos.
Afortunadamente, en ese momento de lucidez creí comprender que lo que yo interpretaba como el final de un intento, tenía potencial de convertirse en el principio, ahora sí, de un camino.
Desde cero
Quizás, no era mi mensaje el que había llegado a su conclusión. Tal vez, aquello a lo que debía poner fin era a la presión que estaba ejerciendo sobre mí mismo, dejando fluir mis pensamientos de una manera natural, no forzada. Tal vez, era hora de trazar una línea y comenzar de nuevo, no descartando lo ya hecho, pero realizando aquellos ajustes que creía necesarios.
Así, luego de un par de semanas de cargar sobre mis espaldas esa sensación de vacío, pensé hacer algo que, difícilmente, sea recomendable al sentarse a escribir: comenzar sin planificación, sin bosquejo ni borrador, rendido de forma absoluta al azar del descubrimiento.
Aquí estoy, entonces. Pensando en qué decir, mientras trato de decirlo. Y lo hago porque creo, con total honestidad, que en aquellas situaciones en las que sentimos la necesidad de comunicarnos, lo mejor es tratar de hacerlo de la manera que sea, hilvanando frases lentamente, confiando en que, poco a poco, las ideas se irán formando en nuestra mente y ésta se encargará de transformarlas en palabras, oraciones, párrafos…
Quizás para algunos esta actitud pueda sonar irresponsable, fría y hasta irrespetuosa. ¿Pero de qué manera podría demostrar más respeto que tratando de hacer lo que, hace meses ya, me comprometí a hacer? Todo lo que nos queda, a veces, es el intento, el esfuerzo y la rebeldía contra esa muralla que se yergue hiniesta ante nuestra existencia. Murallas así se nos aparecen aquí y allá, ayer, hoy y mañana, y no siempre tenemos las herramientas o armas necesarias para atacarlas y derruirlas. A veces, sólo nuestras manos desnudas y nuestros puños cerrados son todo lo que nos queda para castigarlas hasta que nuestros embates tengan éxito. Es bueno, o más bien ideal, el contar con un ariete que nos simplifique el trabajo pero, en muchas ocasiones, lo único que tenemos a mano para batir las puertas de una muralla, es nuestro propio cuerpo, cansado y herido, pero vivo y rebelde aún.
¿No es acaso esta una alegoría representativa de lo que nos sucede a quienes batallamos a diario contra la depresión? ¿No nos sentimos, una y otra vez, parados frente a las puertas de una fortaleza a la cual no queremos ingresar, sino de la que estamos intentando, desesperadamente, salir?
Si verdaderamente has experimentado este sentimiento, sé que me comprenderás. Sé que te sentirás identificado con la frustración e impotencia de chocar una y otra vez, con toda tu humanidad, contra esa construcción que te aprisiona. Pero no es del dolor y sufrimiento que deseo hablar, sino más bien de la gloria de la batalla, de la inspiración del no rendirse, y de la persecución de la victoria, confiando en nuestras fortalezas y capacidades, sin olvidar el apoyo de quienes nos rodean.
La mentira de la soledad exclusiva
Uno de los grandes problemas de quienes lidian con condiciones como la depresión, es el sentimiento de soledad. Una soledad absoluta, profunda e hiriente, que nos invade como consecuencia de creernos, erróneamente, solos en nuestra lucha. Es muy común escuchar de boca de personas afectadas por cuadros depresivos, frases tales como “no sé por qué me pasa esto”, “no sé qué es lo que estoy haciendo mal”, o “no logro entender por qué soy distinto”. Todas estas preguntas parten de premisas falsas, erróneas, alejadas totalmente de la realidad, pero que nos hacen ver nuestra batalla como un hecho único y aislado de la sociedad y del mundo, lo que sólo agrava nuestro dolor y aumenta el grosor de las murallas que nos aprisionan.
Esta situación es cruel y peligrosa. En más de una publicación he expresado la necesidad de aceptar nuestras culpas y cargar con nuestras responsabilidades. Sin embargo, el sentirnos culpables de algo que escapa a nuestro dominio y control, es una situación absolutamente diferente, e injusta, de la que debemos liberarnos. Un desbalance químico, una experiencia traumática o una situación de vida complicada son causas externas que nos afectan negativamente. Ya sea química o situacional, las raíces de la depresión suelen alcanzar profundidades que ignoramos y que es necesario conocer si es que deseamos poder sobrevivir a su ocurrencia. Y ahí sí entra nuestra responsabilidad: en conocer las causas, enfrentarlas y superarlas.
La lucha siempre acarreará costos. No es sensato esperar batirnos en combate y salir ilesos, sin un rasguño apenas. Pero sí es posible la victoria, que siempre es más dulce y gloriosa cuanto más feroz ha sido. Y ese combate, esa batalla, pueden ser peleados en tus términos y a tu propio ritmo. No siempre es conveniente atacar frontalmente a un enemigo más fuerte, numeroso y experiente. Más bien, socavar sus fortalezas de a poco, ganando batallas que, a simple vista, parecen diminutas, puede resultar en una victoria postrera que no será otra cosa que la acumulación de pequeñas conquistas. Cuáles sean estas batallas y conquistas dependerá exclusivamente de ti. De tu situación personal, de tus fortalezas, y también de tus debilidades. Lo importante es enfrentar la lucha, adentrarnos en el combate, aunque estemos lidiando con un enjambre de preguntas y dudas, porque lo importante, a veces, es tan sólo comenzar. Aceptar la realidad y decidirnos a enfrentarla, es un comienzo.
Si chocarnos de cara contra nuestras falencias, mientras masticamos el sabor de la derrota, nos hace sentir que hemos llegado al fin de nuestras capacidades, reconocer esa realidad y disponernos a enfrentarla, y cambiarla, debería ser nuestro nuevo comienzo.
Hay situaciones en la vida en la que, para salir adelante, no queda otra que empezar a escribir en la página en blanco, aún creyendo que poco o nada tenemos para plasmar sobre el papel. Tal vez sea esa tu situación actual. Quizás sea hora de dejar de esperar que algo pase para contarlo, e intentar, en cambio, ser la causa y no la consecuencia.
La hoja está frente a ti, vacía y lista. Tú eres la pluma y la tinta.
Mira cuánto tenía yo para decir y, simplemente, lo único que necesitaba era comenzar a escribir.
Ahora, es tu turno.
* Louis L’Amour - (Marzo 22, 1908, Jamestown, ND – Junio 10, 1988, Los Angeles, CA) fue un novelista y cuentista estadounidense. Muchas de sus historias fueron llevadas al cine.
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