La distracción de la basura
“Una mirada a un correo electrónico puede robarte 15 minutos de atención. Una llamada a tu teléfono celular, un tweet, un mensaje instantáneo, pueden destruir tu agenda, obligándote a cambiar la reunión o descartar cosas realmente importantes, como el amor y la amistad.”
— Siegfried Lenz*

Todos tenemos nuestros placeres culposos. “Deslices” que nos permitimos, de vez en cuando, apartándonos de nuestra disciplina, planificación o estricta rutina diaria. Dichos deslices funcionan como pequeños mitigadores de nuestro estrés; cortos descansos en medio de la vorágine; meras excusas para “no pensar”.
Todos los tenemos y todos los necesitamos. Algunos más que otros, pero todos eventualmente.
Y eso, dentro de ciertos límites, tiene su costado positivo. Si bien hay quienes desdeñan todo lo que signifique distraer la mirada de la meta (desdén que comparto), cuando menciono que una distracción puede ser aceptable me estoy refiriendo, específicamente, a situaciones momentáneas, pasajeras, que nos sirven como desahogo y recarga. Tomarnos muy en serio nuestra rutina, trabajo, entrenamiento físico, compromisos, nuestra vida misma, todo el tiempo, es agotador y malsano. Una pausa, un descanso, ya sea mental, emocional o físico, es no solamente saludable, sino necesario.
Las distracciones, cuando controladas y edificantes, son positivas. La falta de estas características las convierte, sin embargo, en perjudiciales.
De la excepción al hábito
¿Qué es una excepción? Yendo a la definición más básica, podríamos decir que es algo que se aparta de la regla o de lo general. Carece, como tal, de constancia y repetitividad. Cuando el tiempo que separa nuestros deslices o excepciones se acorta hasta desaparecer, éstas dejan de ser rarezas para convertirse, de modo casi imperceptible, en regla. Y si un desliz de nuestra disciplina diaria comienza a repetirse cotidianamente, deja de ser desliz, para convertirse en costumbre. De la misma manera, las pausas constantes se transforman en estatismo, y el descanso en inacción. Es entonces cuando el peligro de debacle en nuestra vida se vuelve cierto.
Sí… debacle.
Poco me importa si el término resulta tremendista. El estatismo, la inacción y la falta crítica de crecimiento, no dirigen sus caminos hacia otro final que no sea nuestra caída en una vida mediocre, frustrante, y plagada de remordimiento.
Eso, para mí, es una debacle. Es nuestra ruina y nuestra desgracia.
Rara vez nos detenemos de golpe, o abandonamos la planificación y el esfuerzo abruptamente. Rara vez. Generalmente, esto ocurre de manera apenas perceptible. No necesariamente damos un cambio de timón brusco en nuestras vidas, sino que más bien comenzamos a apartarnos, una décima de grado a la vez, del norte que teníamos trazado. Así, un día cualquiera, al mirar a nuestro alrededor con los ojos bien abiertos por primera vez en largo tiempo, descubrimos que estamos muy lejos de donde creíamos estar, ya sea por haber torcido el rumbo, o habernos detenido completamente.
Y todo como consecuencia de haber fallado en reconocer el momento en que una buena excepción, se convirtió en un mal hábito.
La distracción de la basura
Como nunca antes estamos expuestos a una cantidad abrumadora de información y opciones. Como bien han sabido discutir algunos entendedores del tema, la imponente variedad de elecciones que tenemos frente a nosotros en casi cualquier aspecto de nuestra vida, ha redundado en una sensible disminución de nuestra libertad. La aparentemente infinita variedad de distracciones a las que nuestra mente se ve expuesta a diario, ejerce una presión perjudicial y absoluta sobre nuestra capacidad de concentración, planificación y consistencia, factores esenciales, entre otros, para mantener nuestra salud física, mental y emocional.
Muchas, sino la mayoría, de estas opciones, no son más que basura maloliente.
Ocupar un par de minutos al día visitando nuestras páginas sociales no necesariamente tiene que ser negativo.
Una vez al día.
Un par de minutos al día.
¿Qué sucede cuando los minutos se vuelven horas? Perdiendo noción absoluta del tiempo, nuestro índice se convierte en el disparador de “scrollings” infinitos, buscando y buscando el próximo contenido, noticia, publicación o video. ¿A dónde fue ese tiempo, y que frutos nos dejó?
¿Qué ocurre cuando Facebook, Twitter, TikTok o YouTube se convierten en amos y señores de nuestro día, apoderándose de horas enteras en las que podríamos habernos ejercitado, leer un buen libro o, qué mejor que esto, compartir tiempo de calidad con nuestra familia o amigos?
No es mi intención decir que estos medios son, exclusivamente, malignos, pero el uso que les damos, sí puede convertirse en una maldición. No es un secreto que el interés de estas compañías radica en apoderarse de nuestra atención, ya que el producto que está a la venta en todas estas plataformas es uno solo: nosotros. Nuestra atención exclusiva e indivisible.
A todo esto, ¿te has preguntado qué beneficio estas plataformas sociales le proporcionan a tu vida? ¿Cómo te ayudan a crecer? ¿Cuánto te alimentan? ¿Cómo se ve mejorada tu existencia a través de las horas que inviertes en regodearte en estas distracciones? Cuanto más pasa el tiempo y más inundados nos vemos por todos es tos nuevos canales “sociales”, no puedo evitar preguntarme qué tanto tienen de sociales. Como establecí al principio, una buena excepción, fácilmente puede convertirse en un mal hábito.
Reitero una vez más: no todo en los medios sociales es negativo. Ellos han colaborado con la lucha por los derechos humanos y la igualdad social, haciendo visibles a sectores completos de poblaciones marginadas y dejadas de lado. Han reunido familias y provocado el reencuentro de viejos amigos. Eso y más. Mi problema con ellos es que, de la misma manera, han sido creados para enviciarnos y esclavizarnos si es que no tenemos cuidado en el manejo que les damos.
De la misma manera que sucede con estas plataformas, consumir contenido televisivo vacío y mediocre, así como ciertos géneros “musicales” que nada tienen de talento, esencia, maestría o complejidad, esa que es fruto de años dedicados al estudio cabal de esta disciplina, nos perjudica y priva de la nutrición necesaria que nuestra mente y emociones necesitan.
¿Cuándo fue la última vez que leíste un libro que abrió tu mente a nuevas ideas?
¿Cuánto hace que no escuchas esas melodías que te inspiran o apaciguan?
¿Recuerdas la última ocasión en la que, sentado frente a tu televisor o computadora, sentiste tus convicciones desafiadas por un documental o película que te invitó a cuestionar tus ideas?
Vuelvo a reiterarme en lo mismo: todos tenemos placeres culposos, ya sea un programa vacío de contenido, música carente de inspiración, o una suculenta orden de comida chatarra.
Todos.
El problema es que la excepción se transforme en regla.
El costo de la distracción
¿Cuál es el valor de una hora? ¿Cúanto vale tu tiempo? ¿Es posible ponerle precio a algo que, una vez pasado, ya no regresa?
Las horas derrochadas ya no volverán, razón por la que de poco sirve derramar lágrimas por ellas. Lo que me mueve a hablar de esto es hacerte entender que no puedes, no debes, seguir permitiéndote el mismo desperdicio. Uno de los sentimientos más destructivos en nuestra batalla contra la depresión, es el de frustración e incapacidad del que muchas veces caemos presa. Incapacidad para sentirnos útiles, competitivos, dignos de una oportunidad. Frustración ante nuestros propios fracasos, acumulándose intento tras intento por haber dado lugar a las distracciones y a la indisciplina.
La falta de autoestima, de amor y respeto, carcome nuestras mentes cual cáncer. Quienes a diario peleamos contra el monstruo de la depresión, sabemos qué tan pequeños podemos sentirnos tras una oportunidad desperdiciada, o ante la pérdida de algo que logramos tras un titánico esfuerzo.
Conozco ese sentimiento, razón por la que trato de caminar en dirección opuesta a él, intentando aprovechar cada oportunidad de crecimiento que se me presenta, cada ocasión de mejorar mi versión de ayer, cada chance de avanzar hacia la meta que persigo.
¿Que si he fallado? ¡Definitivamente! Son esos fallos los que me han enseñado. El peso del costo pagado por distracciones que se convirtieron en hábito es un recuerdo hiriente y constante y, como ya lo he mencionado en ocasiones anteriores, mi intención no es dar un sermón, sino compartir mis errores con la modesta esperanza de ayudar a que otros no los cometan.
Desechemos la basura hoy, no mañana
Mañana no ha llegado, y ayer ya se nos escapó. Sólo este momento está en nuestras manos, razón más que suficiente para comenzar ahora a implementar los ajustes que sean necesarios.
Aprende a identificar los hábitos que te dañan. Seguramente, si ya no los conoces, detectarlos no te resultará difícil. Abandónalos hoy, no mañana.
Deshazte de cuanto desperdicio te rodea.
Comienza a invertir en ti.
El día es hoy, y el momento es ahora. Basta ya de distracciones. Basta ya de tiempo perdido.
* Siegfried Lenz (17 de marzo de 1926 – 7 de octubre de 2014) fue un escritor alemán; uno de los más conocidos autores de novelas y relatos en la literatura alemana de postguerra y contemporánea.
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