Llevando la marca
Actualizado: 11 sept 2021
“Es la ignorancia, la raíz de todo mal.”
— Platón

Nuestra lucha contra las condiciones mentales y emocionales puede convertirse en una frustrante y dolorosa. Nos enfrentamos a gigantes implacables que parecen imbatibles. Y aunque peleamos, empujamos hacia adelante y nos levantamos después de cada caída, a veces el esfuerzo nos abruma.
Mientras escribo estas líneas siento dolor. Físico y emocional. Me encuentro cansado, frustrado, y necesitado de un descanso. Sin embargo, siento que todavía, en mi corazón y en mi cerebro, quedan ganas de luchar y rebelarme contra estos gigantes que buscan destruirme. Por eso, sigo escribiendo. Porque puedo y porque debo. Porque no puedo ceder. Porque este sentimiento de angustia pasará y vendrán días mejores, sin importar que aún no logre verlos en el horizonte.
En esta publicación, deseo hablar acerca de algunos de estos gigantes, más específicamente acerca de tres de ellos que, en mi experiencia, son los peores.
El estigma, o la marca de la desgracia:
Según el diccionario de la Real Academia Española, una de las definiciones de “estigma” es: “Marca impuesta (…) bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud”. Si traducimos directamente desde la definición en inglés, según el diccionario Webster, el estigma es “una marca de desgracia asociada a una circunstancia, cualidad o persona en particular”.
Desgracia, por su parte, es la “pérdida de reputación, respeto, gracia o amistad como consecuencia de una acción deshonrosa”. Algunos de sus sinónimos son “desdicha”, “adversidad” y “miseria”.
¡Qué carga tan pesada para llevar sobre nuestros hombros!
Como si el dolor y el trauma provocados por las condiciones de salud mental no fueran suficientes, la “vergüenza” social ejerce una presión brutal sobre las personas que las padecemos. Nuestra sociedad no parece estar lista para lidiar con las condiciones de salud mental, al menos, no todavía. Y aunque parezca extraño, no es inusual ver cómo, muchas veces, también nosotros promovemos este estigma.
Recuerdo cómo yo, durante muchos años, pensé y pregoné que la depresión era algo inexistente. Tal vez se debía a mi ignorancia, o a mi falta de voluntad para enfrentarme a esa situación. Sin importar cuál fuese la causa real, esa actitud de poco me sirvió. Incluso, en oportunidades en las que se me sugirió probar con la terapia, mi respuesta era que eso “no era para mí” o que, lisa y llanamente, “no creía en tal cosa”. Hoy, mirando hacia atrás, puedo comprender que, para mí, haber pedido ayuda hubiese significado aceptar ese estigma. Hubiese sido como llevar esa marca infame en mi frente.
No quiero que esto cause confusiones. Mi intención no es juzgarte a ti al juzgar mis decisiones del pasado. Simplemente, es necesario que me haga responsable de mis acciones de entonces, cuando elegí no enfrentar a mis demonios.
Posiblemente, todos necesitemos hacer eso.
Comprendo, también, lo difícil que es aceptar nuestra responsabilidad. Sería muy hipócrita de mi parte negarlo, porque fallé en eso, repetidamente. Es por eso que siento la necesidad de compartir todo esto contigo porque, si estás siguiendo el mismo camino que yo tomé en aquel entonces, sólo estás haciendo que las cosas empeoren.
En mentirnos a nosotros mismos, o ignorar la realidad, no encontraremos las respuestas que buscamos. Hay ayuda disponible y deberías aprovecharla.
No hay razón alguna para que te sientas avergonzado por tu dolor.
La ignorancia, o la raíz de todo los males:
Como mencioné anteriormente, parte de la razón para mi pobre toma de decisiones, recayó en mi ignorancia. Honestamente, creo que la principal causa que me llevó a abrazarla fue el no estar listo para aceptar que había cosas que podía, y debía, hacer al respecto. A veces sucede que, simplemente, no estamos listos para mirarnos al espejo. Quizás, lo hagamos por un instante para, inmediatamente, desviar la mirada porque sabemos que, de no hacerlo, veremos cosas que no deseamos ver. Ya sea que se trate de temor, remordimiento, culpa, arrepentimiento o simplemente dolor, lo que sea que encontremos ahí nos mirará directamente a los ojos, y eso nos atemoriza.
¿Te has sentido así alguna vez? Si la respuesta es afirmativa, déjame decirte que no estás solo.
Tarde o temprano, deberás atreverte a explorar tu interior. Sé que, probablemente, encontrarás cosas que te será difícil enfrentar pero, al mismo tiempo, será liberador.
Existe, igualmente, una clase diferente de ignorancia: la que afecta a las personas que nos rodean, a la sociedad toda. Es muy difícil enfrentarla, más cuando nos damos cuenta que, cuando se trata de hablar acerca de la salud mental y emocional, por más que expliquemos, eduquemos y compartamos nuestro sentir, gran parte de las personas no entenderán ni cambiarán de parecer porque eso es lo que hace la ignorancia: adormecer a la gente. Nuestros seres queridos, familiares y amigos, seguramente se preocuparán por nosotros e intentarán ayudarnos pero, sin la educación adecuada, seguirán batallando en vano al intentar ayudarnos.
¿Significa esto que no existe esperanza, que no hay nada que podamos hacer? En absoluto. Simplemente deseo que consideres, y aceptes, que este es un proceso que lleva tiempo, y debemos hacer nuestra parte para provocar cambios reales. Esto me lleva a…
El dolor, ¿un resultado inevitable?
Quizás, pero esto no significa que sea permanente, porque no lo es.
Pero, ¿por qué hice esta conexión entre ignorancia y dolor?
Primeramente, entiendo cuán nefastos el dolor emocional y también físico pueden ser. Ambos presentan sus propios retos, los cuales se hacen más difíciles de combatir conforme pasa el tiempo.
Al sumarse la ignorancia, todo se hace más difícil, complicado y doloroso. Ella aumenta nuestro sentimiento de soledad y frustración. Si se trata de nuestra propia ignorancia, empeora nuestro padecimiento, ya que nos hace encerrarnos en nosotros mismos y nos impide buscar las respuestas necesarias. Y si se trata de la de otros, nos aísla y excluye. Y esto también es doloroso.
La grave falta de concienciación que nuestra sociedad tiene respecto a la angustia emocional, es algo con lo que también he luchado. Así mismo, he comprobado que hay muchas personas en mi lugar. Es por esto que te repito que no estás solo. ¡No lo estás! Si fueras a quedarte con sólo una cosa de todo lo que he compartido en esta publicación, por favor, que sea esta: comprende que no eres una isla, y que tu lucha contra los padecimientos mentales y emocionales es compartida no por miles, sino millones de personas en este país y en el mundo entero.
Realmente, con todas las fuerzas de mi corazón, deseo que puedas entender esto porque, al hacerlo, estarás tomando el primer paso hacia tu emancipación de la culpa.
Ciertamente, hay mucho más que decir y compartir acerca de este tema. Seguramente, tendremos más oportunidades para hacerlo. Hoy, simplemente deseaba compartir alguno de mis sentimientos y pareceres como un primer paso hacia nuestra sanación.
Mientras procesas todas estas ideas, date la oportunidad y anímate a pedir ayuda.
Quién te dice… puede llegar a convertirse en la mejor decisión que hayas tomado en tu vida.
* Platón fue un filósofo griego, que vivió alrededor de los años 428 a 348 AC.
Comments