Página en blanco
Actualizado: 23 ene 2022
“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas en la mar”.
— Antonio Machado*

Página en blanco
Comienza un nuevo año y la sensación de cambio satura el aire, colándose en cada rincón de nuestra cotidianeidad. Sin embargo, y por antipático que resulte, una renovación del almanaque no necesariamente significa cambio, más allá de la simple modificación de la fecha. Que se acabe este y venga el siguiente no es, obligatoriamente, sinónimo de finales y comienzos en nuestra vida. Durante siglos enteros el hombre ha aprovechado, sin embargo, la conclusión de una nueva vuelta al sol como excusa, razón, inspiración o como sea que prefiera llamársele, para permitirse la ilusión de contemplar una página en blanco, y un comienzo renovador. Sin importar qué tan acordes con la realidad estén estas sensaciones, el sentimiento que nos invade al contemplar ante nosotros un lienzo prístino y sin marcas, nos eriza la piel y nos contagia energía. Después de todo, nuestra percepción es nuestra realidad y, humanos al fin, si podemos crear una más cálida, segura y agradable, no dudaremos en intentarlo.
El desafío de lo nuevo
Es fácil dejarse llevar por el envión anímico de un arranque libre de deudas y dudas, y es justamente por ello que, más veces de las que desearíamos aceptar, los bríos nuevos se desvanecen prontamente, carentes de organización y huérfanos de orden. Porque así son las cosas buenas en la vida: necesitadas de planificación y cuidado, de cálculo y protección. Toda la esperanza, la emoción y las promesas de un comienzo nuevo, disfrutarán de un corto vuelo si las exponemos a la inconsistencia e improvisación. Si nos sentimos empujados a empezar algo nuevo, es menester asegurarnos de saber de qué se trata esa novedad, establecer prioridades, calcular riesgos, y marcar un plan de acción tomando debida cuenta de nuestras fortalezas y, especialmente, de nuestras debilidades.
Quienes batallamos con condiciones como la depresión y la ansiedad tendemos a, fácilmente, esperanzarnos con lo nuevo por su sola condición de flamante. Nos abrazamos a lo distinto como si, al hacerlo, el pasado, con sus dolores, fallos y culpas, se evaporara mágicamente. Nuestra desesperación por remedar errores pretéritos puede más que la calma y serenidad, arrastrándonos, indefectiblemente, por un camino que de nuevo tiene poco ya que, víctimas de nuestra premura, volvemos a transitar senderos antiguos, volviendo a tropezar con las mismas piedras y encontrándonos con el mismo final del que pretendemos huir.
Esto es, sin embargo, evitable. A riesgo de sonar reiterativo hasta el hartazgo, el establecer metas, para luego trazar planes, que a su vez se dividan en etapas y estén provistos, paso a paso, de los recursos necesarios, abrirá senderos en donde antes sólo había jungla. Esa selva de desesperación y frustración de la que tú y yo hemos sido víctimas, pero también sobrevivientes. El secreto yace siempre en la planificación y la constancia, herramientas tantas veces escondidas a plena vista o, quizás también, ignoradas por nuestra propia incapacidad de enfrentar las responsabilidades que nos corresponden. La buena noticia es que la manera en la cual nuestro futuro se nos presente depende, en un alto porcentaje, de nuestras acciones del presente. Golpes inesperados, imponderables y circunstancias que escapen a nuestro control acecharán siempre y, de vez en cuando, lograrán asestarnos un golpe. Aún así, nunca jamás deberemos capitular en nuestras convicciones y empeños porque, a la postre, la lucha es de aquellos que más quieren pelearla.
La ventaja de lo conocido
Aún con el envión emocional y la súbita inspiración que un nuevo comienzo despierta, lo ya conocido y aprendido en esas pruebas pasadas que no terminaron donde nuestras esperanzas anhelaban, no debe desecharse ni dejarse de lado. Existe una riqueza intrínseca, irrepetible, indispensable, casi que sacrosanta en el conocimiento obtenido de la experiencia, especialmente en aquellas que más dolor y desilusión nos causaron. No siempre es cosa sabia eso de “borrón y cuenta nueva”. Existen trazos en nuestra vida que no merecen borrarse, marcas que hacen las veces de brújula cuando nos extraviamos en medio del ruido y la desesperación, y cicatrices que nos recuerdan que la que estamos peleando ahora no es nuestra primera batalla. Todas estas cosas se acumulan para componer el bagaje al que echaremos mano en incontables oportunidades, cada vez que una duda llegue a quitarnos el sueño, o un golpe nos haga preguntarnos si estamos aptos para la batalla. Es extremadamente necesario el transportar lo ya aprendido a esta nueva aventura en la que intentamos embarcarnos. Es prudente y sabio.
El ayer no se desecha sólo porque muestre más sombras que luces en su recuerdo. Las sombras delinean la luz para que podamos apreciarla, y son también ellas las que nos indican hasta dónde llega nuestro brillo propio.
Compartir el lienzo, y también el camino
El que viene es tu futuro, tu página en blanco. Tus pinceles y tintas ya las tienes, al menos, alguna de ellas. De las que faltan, tendrás que arreglártelas para encontrarlas. Siempre hay colores nuevos y matices que desconocemos. En las páginas de mi vida hay, y agradecido estoy de ello, varios trazos que ni nacieron de mi mano, ni utilizaron mis colores. Por pura fortuna y, en contadas ocasiones, tal vez por algún mérito propio, se han cruzado otras manos por mi camino, que me ayudaron a hermosear el cuadro, decorar el lienzo, y descubrir otros tonos. Sin la colaboración de esos matices, mi existencia sería más pobre.
¿Qué otros colores te rodean, y qué otras manos se te han tendido? A veces, es fácil adjudicarnos el derecho y la obligación únicas de enfrentar la vida solos, sin tener a nadie ni nada más en cuenta. Hasta cierto punto, esa responsabilidad propia que no acusa ni busca responsables fuera de nuestro propio ser, es sana, madura y valiente. Sin embargo, es poco aconsejable andar por la vida como seres exclusivamente singulares. Hay más allá afuera, cruzando los límites de nuestros miedos y reservas. Abrirse a lo externo desafía, como pocas cosas, nuestros más humanos instintos de supervivencia. Aún así, por el bienestar de esa misma vida que tanto protegemos, es necesario buscar apoyo de otras brazos, sabiduría de otras mentes, y comprensión de aquellos que, tal como nosotros, también batallan con preguntas, dudas y temores al encaminarse hacia su porvenir.
La mano extendida pide, pero también ofrece. Esta ambivalencia es constante e incambiable.
En estos primeros días de un nuevo año, cuando tantos planes e ideas rondan nuestra mente, y donde tantas dudas y preguntas se nos cuelgan de la espalda, comencemos a pintar el lienzo con orden y propósito.
Cual página en blanco, el paisaje agreste frente a nuestros ojos espera, ansioso, que tracemos el sendero que nos adentre en el mañana. Nuestro mañana.
Él es tuyo. Sólo tienes que empezar a pintar.
* Antonio Machado Ruiz (26 de julio de 1875 – 22 de febrero de 1939) fue un poeta español, el más joven representante de la llamada “Generación del ‘98”.
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