Trampas deliciosas
Actualizado: 5 may 2022
“El camino hacia el éxito está repleto de tentadores espacios de estacionamiento”
— Will Rogers*

Vivir es un examen constante. Un continuo escoger y desechar. Una interminable secuencia de discriminación y descartes. Cada día en esta tierra nos encontramos con desafíos varios y encrucijadas de todo tipo. Los años y los golpes, así como los ocasionales aciertos y abundantes errores, van agudizando nuestra visión y ampliando nuestra perspectiva. Con el caducar de los almanaques, nuestro juicio se va agudizando y vamos aprendiendo, al menos en algunos casos, a detectar ciertos trucos con los que la vida pretende ganar nuestra atención. Sin embargo, de vez en cuando, ésta nos tiende trampas que no atinamos a ver, haciendo que caigamos directamente en su emboscada furtiva. Se encuentran a la vuelta de cada esquina, en cada despertar, coladas en el frente de toda decisión. Su función es distraernos de la meta, desperdiciar una oportunidad u obligarnos, muy solapadamente, a mantenernos inmersos en nuestra rutina, esclavos de nuestra inercia y víctimas de la inacción.
Exquisiteces irresistibles
Si bien no necesariamente estas trampas aparecen en momentos claves, tengo la sensación de que, más frecuentemente de lo que pareciera, es en ocasiones determinantes, en momentos definitorios, que estas distracciones se hacen presentes, como si pretendieran asegurarse de que, en la medida en la que sean exitosas, logren desviarnos del camino que habíamos trazado. Son tentaciones, regalos inocentes, deliciosas canastas de manjares cuyo único objetivo es desviar nuestra mirada de la meta y re-dirigir nuestra atención y esfuerzos hacia senderos alternativos. Sus caras varían, así como su forma de presentarse ante nosotros. Sin embargo, su falsedad es constante.
A veces, puede tratarse de un aumento de salario, justo en el momento en que habías decidido abandonar ese trabajo en el que el techo te queda por las rodillas. Otra, puede ser esa “pastilla milagrosa” que promete eliminar esos kilos de más, haciendo que abandones esa rutina de ejercicio que tanto tiempo te tomó convertir en hábito. O quizás, se disfrace como una carrera alternativa a la que siempre soñaste seguir, por la simple razón de que te demandará menos tiempo, menos dinero y menos sacrificio. Ofertas, al fin de cuentas, de algo más fácil, seguro e inmediato, a cambio de renunciar a la búsqueda y conquista del premio deseado y gratificante, pero de un alto costo.
Así es constantemente. Estas estafas emocionales, estos anzuelos oportunistas, abundan a nuestro alrededor y, por inocentes que parezcan, cuentan con el potencial de torcer nuestro camino y trastocar nuestro futuro. Es más que fácil ceder a estas deliciosas artimañas, a estos ardides existenciales que con toda sencillez se cuelan entre nuestros sentidos, invadiéndolos con miserables sensaciones de satisfacción, efímeras como un suspiro, y pasajeras como las estaciones.
El costo real de lo fácil
¿Cuánto pagamos por su disfrute? ¿Cuál es el daño real de sucumbir ante estas canastas de dulces tentaciones? ¿Cómo hubiera sido nuestra vida de haber escogido desecharlas para continuar por el sendero trazado por nuestra mente, y abierto por nuestro corazón? Preguntas que quizás nos planteemos muy tarde pero que, aún así, necesitamos responder para actuar con más sabiduría en el futuro. Si bien de nada vale lamentarse por cuestiones pretéritas que ya no pueden ser alteradas, aprender de los errores de nuestras pasadas acciones puede traer beneficios extraordinarios a nuestra vida.
¿Cuándo fue la última oportunidad en la que trocaste el recorrido de tu camino por un atajo hacia un fin vacío y sin salida? ¿Cuáles han sido tus canastas de golosinas? Todos las tenemos, y todos hemos caído presa de ellas más veces de las que nos gustaría aceptar.
En mi caso particular, una de las “tentaciones” que a diario enfrento, está relacionada con los tempranos amaneceres, comenzando mi jornada horas antes de la salida del sol. Es este un ejemplo básico y repetido del trueque diario, o la tentación de llevarlo a cabo, en la que el valor del “premio” inmediato se diferencia, sustancialmente, de la recompensa por rechazarlo. El “abrazo” de las sábanas y el calor acogedor del lecho en una noche fría, se aferran a mi cuerpo, ofreciendo horas adicionales de confort y descanso. El precio por ceder a esta argucia es el reproche de mi conciencia durante todo el día por no haber cumplido con mi compromiso, sumada a la falta de energía física por no haber comenzado la jornada en mis términos y energizando mi cuerpo, o el correr detrás del reloj infructuosamente, por haber comenzado tarde aquello que necesitaba culminar temprano. Es una lucha diaria y repetida, que nunca me da tregua. De alguna manera u otra, sin embargo, día a día escojo lo que a primera vista parece ser el plato menos apetitoso pero que, con el pasar de los minutos, me regala el sabor dulce de la victoria. Y no pretendo ponerme como ejemplo de fortaleza, sino más bien compartir mis luchas diarias por vencer mis desafíos, de la misma forma en que tú enfrentas los tuyos.
Es bueno mirar a nuestro alrededor, hoy que tanta información está a nuestro alcance inmediato, y observar cuántos ejemplos de lucha estoica, persistencia inquebrantable y victorias inspiradoras abundan en este mundo. Día a día, millones de personas, tan humanas como tú y yo, se enfrentan a las mismas dudas y los mismos retos, luchando contra temores y miserias similares a las tuyas y las mías. Y aún así, perseveran y vencen. A veces caen, pero se levantan y continúan.
Negociando un contrato ya firmado
Ceder a una tentación es, en determinada forma, una desviación de un plan que nos habíamos trazado. Es una violación a un contrato, uno que firmamos con nosotros mismos. ¿Has trazado un plan? ¿Has firmado esa clase de contrato? Si lo has hecho, ¿por qué intentas reescribirlo?
Kobey Bryant dijo una vez:
“Mira cómo lidias con los desafíos internos, y observa el tipo de auto-negociación que tiene lugar fuera de tu mente. Empiezas a hablarte a ti mismo, diciendo: ‘Mi rodilla realmente me duele hoy. Tal vez estoy haciendo demasiado'. Lo que debes hacer en ese momento es decir: '¿Sabes qué? No voy a negociar conmigo mismo. El trato ya estaba hecho. Cuando salí a principios del verano dije ‘este es el plan de entrenamiento que voy a seguir. Firmé ese contrato conmigo mismo. ¡Voy a cumplirlo!'"
¿Es este tu caso? Seguramente sí, porque es el de todos.
Repito… todos caemos víctimas de distracciones suculentas pero carentes de sustancia. Es una verdad de la vida, y nuestro enfoque no debe centrarse en ignorarlas, sino en aprender a distinguirlas para evitarlas. Castigarte a ti mismo por errores pasados sólo conseguirá abatir tus energías y minar tu autoestima. Lo importante es, como ya he mencionado en tantas ocasiones, abrazarnos al plan que trazamos sin desviarnos de él, más allá de realizar esos ajustes necesarios que los vaivenes de la vida nos obligan a realizar.
Mantente atento a los grandes premios que no requieren sacrificio. Desconfía del logro simple y la conquista sin mérito. Sin esfuerzo, trabajo, dedicación y constancia, no hay premios, ni logros, ni conquistas, porque todos ellos son consecuencias, no casualidades.
Agudiza tus sentidos y examínalo todo.
Como dice el dicho, “si parece demasiado bueno para ser cierto…”
* William Penn Adair Rogers - (4 de noviembre de 1879, Oologah, OK - 15 de agosto de 1935, Point Barrow, AK), fue un artista de vodevil, actor y comentarista social humorístico estadounidense. Nació como ciudadano de la Nación Cherokee, en el Territorio Indio, y fue conocido como el "Hijo Preferido de Oklahoma".
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